lunes, 13 de septiembre de 2010

El desaparecido número 1.000

En la noche del lunes 30 de agosto, Pablo Antonio Camargo, un campesino de 65 años que vive en Quebradanegra, Cundinamarca, entró en silencio, acompañado por su hermano y su hija Francy de 35, a una sala de la Fiscalía en la carrera 30 con calle 13 en Bogotá. Ahí, sobre una mesa pequeña  estaba la caja de madera.

La fiscal que los recibió les dijo con rigor legal: “Están en su derecho de ver o no los restos”.

Los tres se miraron y don Pablo pidió que abrieran la caja.

Artículo de Verdad Abierta


Una médica forense desdobló con cuidado las prendas que pertenecieron al cadáver que se había encontrado en una fosa común: la camisa blanca estampada con figuras azules,  el brasier marrón, las medias negras, los tenis sencillos y un jean que, con el paso de los años, se convirtió en un fibra que parece musgo. Todo había sido lavado y clasificado para su identificación.

Don Pablo reconoció la ropa de su hija Noralba Camargo, desaparecida cuando tenía 13 años, en víspera de la Navidad 2000.

“Cuéntenemos, cómo murió”, le pidió Francy a la fiscal, apenas sosteniendo el llanto. La funcionaria sacó un cráneo y con su dedo apuntó a un agujero ubicado en el hueso occipital. “¿O sea que le dispararon?”, corrobora la hermana mayor de la niña desaparecida. La forense sólo asintió.

“Pasaban y pasaban los meses y no sabíamos si era ella o no. Vivíamos esperando la llamada. Fue tormentoso”, dijo después Francy.

Con dos puntillas la médica legista selló el osario de madera. En unos días se la hará llegar a la  familia Camargo para que pueda darle debida sepultura a Noralba. No es, sin embargo, el final de su historia. Aun les falta encontrar a otro hijo de don Pablo, también secuestrado y desaparecido.

Una corta vida
A Noralba, por cariño su familia le decía María Moñona. Con ese apodo, sus tíos buscaban alborotarle el genio y disfrutar cuando les respondía un “no me importa” haciendo muecas y frunciendo los hombros. Ella seguía recogiendo su cabello con el particular moño, vistiendo jeans y delineando muy bien sus cejas porque siempre quería lucir bonita.

Era la menor de la casa y la única hija del segundo matrimonio de Pablo Antonio Camargo con Guillermina Tivaquira Estrada. Creció entre adultos y nunca jugó con muñecas porque desde pequeña ayudó en las labores del campo, atajando ganado y sembrando yuca, plátano y caña,  con lo que se sostenía su familia en Quebradanegra.

Este municipio,  a tres horas por carretera al occidente de Bogotá, fue desde 2000 hasta 2004, una zona roja, al igual que los otros 14 municipios de la Provincia de Gualivá. Grupos paramilitares (Autodefensas de Cundinamarca, Frente Celestino Mantilla de las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio y el Bloque Héroes de Gualivá)  y las Farc (frentes 22 y 42 y las columnas móviles  ‘Manuela Beltrán’ y ‘Esteban Ramírez’)  se disputaban el control del robo de gasolina de un poliducto de Ecopetrol.

Imperaba la ley del silencio en Gualivá. La gente vivía con el Cristo en la boca, esperando a ver a qué horas llegaban  los ‘paras’, alias ‘El Águila’, ‘Pájaro’ y ‘Jairo’, o los guerrilleros de alias ‘Giovanny’ y de ‘Hugo’ a llevarse a alguien de la familia.

Hasta los 11 años Noralba se crió en una finca junto a su papá y a sus abuelos paternos. Hasta que su madre se la llevó a la vereda Santa Bárbara, de donde a los dos años huyeron porque paramilitares desplazaron a toda la población de esa zona. Entonces Noralba se fue a vivir con su madrina a la vereda Aguafría, en el mismo municipio.

El 24 de diciembre de 2000 fue la última vez que la vieron; la última Navidad que pasó con ellos en casa de una de sus hermanas en Villeta. Desde entonces empezaron a buscarla. Supieron pronto que había sido raptada por un grupo paramilitar, pero no se explicaban por qué.  Era sólo una niña que ayudaba con las labores del campo.

A los pocos meses, José Raúl Camargo, medio hermano de Noralba, también fue desaparecido y al año, otro de los Camargo, Fabián, fue sacado a la fuerza de la casa de su padre. “Vaya por su ropa. Se va con nosotros si no quiere que le pase lo mismo que a su hermana”, le gritaron los ‘paras’ cuando vinieron por él.

La confesión
El miedo paralizó a toda la familia. Ninguno se atrevió a preguntar demasiado por el paradero de Noralba, ni de sus hermanos.

En 2005, cuando vino el proceso de Justicia y Paz, los pocos miembros de las autodefensas de esa región que se desmovilizaron, comenzaron a contar en sus versiones libres sus atrocidades. Las víctimas, como la familia Camargo, iban a las audiencias con la esperanza de saber qué les había pasado a sus desaparecidos. Al fin, un grupo de cinco paramilitares confesó ante la Fiscalía haber sido los responsables de haber raptado a Noralba y contaron a cuál fosa común la habían arrojado.

 “El proceso fue muy largo. Tardamos dos años para que nos confesaran el crimen y la ubicación exacta de la fosa. Fueron meses de entrevistas y de versiones libres”, cuenta un investigador del equipo de exhumaciones de la Fiscalía que llevó el caso.

Éver Vera Moya alias ‘Mi Sangre’ ‘Fudra’ o ‘Panadero’, José Julián Ordóñez alias ‘Pata de Bala’ y Juan José Meneses alias ‘Cucaracho’ aceptaron ante la justicia ordinaria que participaron en el asesinato de Noralba. También lo hicieron en versiones libres de Justicia y Paz, Alveiro Delgado alias ‘Maravilla’ y Dorancé Murillo Bohórquez alias ‘Jairo Chiquito’.

Todos eran integrantes del Bloque Héroes de Gualivá, un grupo paramilitar disidente del Bloque Central Bolívar (BCB), que se instaló en 2001 al occidente de Cundinamarca bajo el mando de alias ‘Jairo Chiquito’. No se quisieron desmovilizar.

Hasta 2004, cuando el comandante fue capturado, el Bloque dominó en los municipios y veredas de Nocaima, Nimaima, Bagazal, Villeta, Sasaima, Santa Ana, Santa Inés; La Peña, Útica, La Magdalena, Quebradanegra, Tobía Chica y Tobía Baja.

En sus versiones, los paramilitares contaron que desaparecieron a la niña por orden de alias ‘Cucaracho’, el jefe militar encargado de la zona La Magdalena. En la insólita confesión, señalaron a la pequeña de haber auxiliado a la guerrilla cuando ésta quiso asesinar al comandante ‘Jairo Chiquito’.

Según otro investigador, fue alias ‘Mi Sangre’ quien finalmente llevó al equipo científico hasta la zona.  “Fuimos tres veces. Primero hicimos unos pozos de inspección en la zona, pero no encontramos nada. La segunda vez utilizamos retroexcavadora y después de seis paladas, nada. A la tercera visita nos adentramos en el terreno, teniendo en cuenta que con el paso de los años éste había cedido. Ahí fue cuando hallamos el cuerpo”, recuerda el perito.

Después de varios intentos, de pasar un riachuelo, la Fiscalía exhumó el cadáver el 9 de septiembre de 2009. El cuerpo fue extraído de una fosa ubicada en la vereda Santa Lucía a 15 minutos de La Magdalena, una inspección de policía ubicada entre los municipios de Quebradanegra y Villeta.

“Es su hermana”
La Fiscalía llamó a los Camargo y le pidieron al viejo Pablo Antonio que se hiciera una prueba de ADN. Técnicos del CTI fueron al pueblo y le sacaron la sangre.

Después compararon las muestras con las de los huesos encontrados en la fosa de La Magdalena, y en mayo pasado, un investigador le informó a Francy Camargo: “Las pruebas que le hicieron a su papá salieron positivas. Es su hermana Noralba”. La llamada del investigador le confirmaba a Francy que el ADN de don Pablo Antonio coincidía en un 99.9 por ciento compatible con los restos exhumados.

Por fin confirmaron con certeza que Noralba había sido asesinada. Tomó otros tres años hasta que, el pasado 30 de agosto, pudieran recuperar sus restos para darle cristiana sepultura.

El tío Jorge Agustín, Francy don Pablo Antonio viajaron a las tres de la mañana a Bogotá, y junto a otras 10 familias provenientes de Cundinamarca, Boyacá, Meta y Guaviare, participaron de la jornada de apoyo sicológico que organizó la Fiscalía antes de entregarles los restos de sus seres queridos que estaban desaparecidos.

Durante la ceremonia de bendición de restos,  el jefe de la Unidad de Justicia y Paz de la Fiscalía, Luis González dijo que no sabían cuántos más restos quedaban por recuperar, pero que sabían ya de la existencia de más de 9.000 cadáveres.

En los registros de la Fiscalía, el caso de Noralba Camargo Estrada es el cuerpo número 1.000 exhumado, identificado y entregado a sus familiares después de una larga investigación. Desde que la Fiscalía realizó la primera exhumación de Justicia y Paz el 29 de marzo de 2006, el organismo investigador ha encontrado 3.410 cuerpos arrojados en 2.822 fosas en todo el país.

En la entrevista con VerdadAbierta.com, Francy ya no pude contener más el llanto. Piensa en su hermano José Raúl,  desaparecido en Albán, seis meses después de su hermana. Dice que espera que nunca suene el teléfono para recibir otra llamada como la que atendió en mayo pasado. “Para nosotros él está vivo. Y estará vivo hasta que tengamos noticia”.

La familia Camargo regresó a Quebradanegra a enterrar a Noralba. El tío Rogelio es el sepulturero del pueblo y fue el encargado de abrirle un espacio a su sobrina. Sobre el cemento fresco no dice nada, ni siquiera el día de su muerte. Ese dato sólo lo saben los ‘paramilitares’ que la asesinaron.

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